1994. A simple twist of fate. USA. Director: Gillies Mackinnon.
Un gran reparto con resultado irregular
A simple twist of fate (1994), conocida en España como Un golpe del destino y en México como Un giro del destino es una simpática comedia familiar, con tintes dramáticos. Se trata de un film sobre la adopción de una niña por parte de un hombre divorciado y solitario.
Estamos ante un film que no levanta el vuelo. De una primera parte de interés sobre la relación entre un hombre solitario y su hija adoptiva, se pasa a un juicio irrelevante sobre la custodia de la niña. La actriz infantil tampoco es muy buena en su papel.
Steve Martin es uno de los grandes actores de la comedia. Lo acreditan películas como Mejor sólo que mal acompañado (1987), Un par de seductores (1988) o Esposa por sorpresa (1992). Sin embargo, en el terreno del drama no termina de convencer. En parte, no le ayuda nada la mediocre dirección de MacKinnon y el guión de telenovela que convierte esta producción en un telefilm más de sobremesa.
Grandes actores sin resultados
La irregularidad del film Un golpe del destino muestra que la presencia de un reparto excelso con actores como Steve Martin, Gabriel Byrne (Muerte entre las flores, 1990), Laura Linney (La vida de David Gale, 2003), Catehrine O´Hara (madre de Macaulay Culkin en Solo en casa, 1990) o Stephen Baldwin (Tiempo para morir, 1995), no es una garantía de nada.
Un guión de telenovela
Así pues, nos encontramos con un film con un guión típico de telenovela, rematado con un juicio, a lo que se suma una dirección irregular. El primer punto no tendría porqué ser un problema en las manos de David Lynch, los hermanos Cohen o Crononeberg, que sabrían acentuar determinados momentos y trabajar con elipsis narrativas. El segundo punto va muy ligado al primero. Un buen director puede hacer atractiva la historia más soporífera.
La historia Un golpe del destino hubiera mejorado si se hubiera profundizado más en relación de Steve Martin y su hija adoptiva. O´Hara hace un buen contrapunto, pero su buen hacer no es suficiente para realzar una narrativa estancada. Linney y Byrne están muy desaprovechados, con unos registros pobres, sin carisma ni énfasis. Además, la progresión narrativa es irregular, con un comienzo desconcertante introduciendo personajes si ton ni son.
Al igual que sucedió con La hoguera de las vanidades (1990), la producción contaba con la mejor materia prima, pero la ejecución se fue al traste. Más grave es en este último caso, porque de Mackinnon nadie esperaba nada, pero sí de Brian DePalma que venía de rodar Los intocables de Eliot Ness (1987).
