La vida es bella

1997. La vida è bella. Italia. Director: Robert Benigni.

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La vida es bella, 1997

La vida es bella (1997) nos enseña que, desde el fondo del horror, también es posible el optimismo. Esta grandiosa película dirigida por Roberto Benigni figura, con honores, en lo más alto de los rankings del mejor cine hecho jamás.


Al mal tiempo buena cara


Una buena película no necesita de grandes efectos especiales y pirotécnicos. Se demuestra, una vez más, que la historia es base; la humildad un valor a destacar; y el carisma de los actores no debe faltar.

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Que la vida sea o no bella es una cuestión de óptica. A los nazis de la 2º Guera Mundial no les parecía que su existencia fuera la más placida de las posibles. Y decidieron aniquilar a unos cuantos enemigos, ya fueran judíos, gitanos u homosexuales, con el fin de hacer más bello el paisaje.

Y al personaje de Roberto Benigni y sus amigos, aprisionados por los nazis de entonces, no les quedó otra alternativa que ser víctimas de la nueva óptica del invasor (y de sus sanguinarias garras). Una raza, la aria, era el máximo de la belleza al que se podía aspirar. Ajustarse a la nueva visión del dominador suponía caer en desgracia, si uno era mediterráneo, o en muerte si judío u homosexual.

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Sin embargo, La vida es bella es una película que nos enseña que la vida también puede ser bella cuando uno es prisionero del enemigo. El optimismo puede ser un bien necesario para no caer víctima de la trágica realidad.

Cuando hay niños a nuestro alrededor, crear un clima de magia y belleza, se hace necesario.Y la razón no es otra que ser condescendiente con el amor que los infantes ponen por la vida, seres que miran lo que les rodea desde los ojos del juego incesante y la diversión.

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No es posible la angustia, cuando un niño está con nosotros. Ante la inocencia de los misterios, sólo cabe volver a sentirse joven y creer que los males son sólo momentáneos, son sólo espejismos que no van a limar nuestras ganas disfrutar de los momentos y de recorrer los espacios maravillosos que nos rodean.

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El enemigo, según La vida es bella, no es más que un elemento puntual del juego ante el que no hay que arrodillarse por imperativo, sino por picardía festiva. Debemos creer que la existencia del invasor es vacía, que nunca será capaz de arrebatarnos nuestro amor y motivaciones diarias.

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Una visión como la que desprende la  película podría ser calificada de evasión existencial, algo pecado por todos los regímenes totalitarios. Aparentemente, una huida del aquí y ahora cotidiano hacia un mundo irreal no sería la mejor de las alternativas para nuestro porvenir.

Sin embargo, el personaje de Roberto Benigni no se evade porque es hipócrita o porque es un tipo cobarde. Su evasión de la realidad es totalmente consciente y fruto de la necesidad de hacer la vida más dulce ante los ojos de su hijo, que el día de mañana agradecerá haber tenido un padre que le propuso la mejor de las existencias, ante la fatalidad del momento.

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Lo dicho, la vida puede ser bella si lo deseamos. La evasión consciente no es engaño, cuando la realidad que nos rodea es la peor de las posibles.